Desde muy pequeña que he tenido comentarios hacia mi cuerpo, por como me vestía, por como jugaba y entre tantos temas, que podría estar utilizando más páginas de las que creería para comentarles todas las cosas que me decían.
El contacto con mi cuerpo siempre ha sido un tema, desde el aspecto de mi cara (por culpa de familiares poco respetuosos), hasta que fui madre y tener que encontrarme con otro aspecto, un poco más flácida y tomando decisiones como dejar las pastillas anticonceptivas (las que tomo desde mis 17 años).
Jamás me entendí cíclica, hace unos años (desde que fui madre), logré entender un poco (sigo en esa búsqueda del entendimiento de mi cuerpo), la importancia de escucharse y sentirse en ese vaivén. Hay días que no entiendo que me pasa, después de tanto anotar (y estudiar), me doy cuenta que tengo bajones anímicos importantes unos días antes que llegue mi periodo, que no es cualquier periodo.
Sufro de una enfermedad llamada “endometriosis”, mucho más común de lo que se espera y que produce un dolor significativo cada mes. Mientras escribo esta entrada me encuentro en el segundo día que me visita y me siento como una gestante de 7 meses (me inflo completamente) y con unos cólicos que sólo el tramadol podría quitarme. Si bien me entrego al dolor (porque es algo que ya conozco, sé cuanto puede durar y lo trato con elementos no farmacológicos), me parece interesante que a esta altura de mi vida, con 34 años, recién comience a re-encontrarme con esta parte de mi vida tan apagada.
Desde que fui madre, muchas cosas se abrieron y ahora miro la vida con otros ojos, he utilizado la energía de la maternidad para moverme entre espacios cómodos y no tan cómodos, generando en mi una fuerza y cansancio jamás antes vista. Acompaño mujeres que después de ser madres se les abre un portal a otros espacios, vivencias, sensaciones que no habían experimentado antes… Cómo no removerse con cada relato, si estuve transitando por esos mismos espacios tiempo atrás.
Entre la enfermedad, la energía, escuchar tantas historias y estar en tantas casas distintas durante la semana, me permito sentir mi cuerpo. Me permito tratar de entenderme y saber que cosas me van visitando: cansancio, dolor, felicidad, tristeza, ganas de quemarlo todo o ganas de que me trague la tierra y me escupa en Aruba (como siempre suelo decir en sesiones). Me conecto con mi cuerpo, ese que creo una vida y que ahora la abraza cada dia, en cada momento que puede, entre sesiones, entre diversas experiencias que van apareciendo (como la de hoy, que no quería estar todo el día en función de mi hijo, pero por falta de redes no quedó de otra).
Esta entrada será diferente, como el espacio que me doy entre 3 a 4 veces semanales cuando escribo en mi diario, me lo permito dejar acá para compartirlo con ustedes. Un pedazo de mi vida, mi fragilidad como mujer madre, tratando de comprender y hacer entender a otr@s que si bien trabajo con otras mujeres madres, también transitó por esos mismo lugares con mucha luz y mucha sombra también.
Termino escribiendo agradeciendo a mi cuerpo, que me aguanta tanta tontera que como y que pronto debo comenzar a pensar más en él (física y mentalmente), agradecer la vida de mis dos hijos y de tenerme aún en pie en este plano para seguir entregándome a la gente que amo, la que me ama, a las personas que quiero, a las que atiendo y con quienes he aprendido tanto.
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